22.2.08

tiburón



Somos las crías de un tiburón que soñaba con ser el agua de otros tiburones menores.

Por alteraciones químicas, de las que nada entiendo, o por una combinación azarosa de los ciclos de la luna, quizás sepa más de eso, fue parido tiburón Blanco. Todos sus parientes y ancestros eran simples tiburones azules, de esa especie que tanto disfrutan de comer los orientales. Mas él era distinto. No solo no era azul, sobre todas las cosas era voraz y cruel. No le interesaba cambiar su manera de ser porque esta negación forma parte de una naturaleza cruel.

Creció para ejercer un poder. Solo la ley del vale todo se llevaba bien con él, al menos hasta el punto donde ganaba. La vanidad hizo presa de él. No puedo decir cuando pero se sabe que quiso soñar y soñó con ser participe necesario en la felicidad de los tiburoncitos canallas que albergaba en su seno. Los quiso felices pero solo logró alegrarlos, lo que ya es mucho teniendo en cuenta que eran demasiados miserables. Pero la mascarada le resultó preciada. “Escuchen como se ríen. Es todo gracias a mí.”

Pero la Mar, que después de todo es más grande que un solo tiburón, no acomodó bien la noticia de que un bicho, por más bestial que este fuera, desafiara sus leyes. Reunió a sus asesinos para ponerlos en pie de guerra.

Una lucha de cien batallas despiadadas se cobró su vida. Murió desesperado. Murió. Negándome a suscitar confusiones aclaro que no fue un mártir porque nadie lo amó tanto como para eso. Su tiempo pasó como pasan los maremotos o las erupciones submarinas.

Dejó detrás una natural descendencia. Crías pequeñas de su mismo linaje. Memorias dispersas del tiempo de la guerra. Fueron probados por la violencia. El que se había soñado dador de felicidad abandonó a su propia casta sola y desamparada. Pero ¿para que pensar mucho más en eso?

A la larga, después de mucho tiempo, los hijos del gran tiburón blanco hicieron las paces con la mar. Siempre serían parias, animales solitarios, bichos desconfiados. Aprendieron el canto de las ballenas, bailaron con los delfines, migraron con los salmones, soñaron con ser otros.

Sin embargo, llegan los días, en que quisieran que nadie olvide que tienen dientes y que huelen la sangre y el miedo. Que pueden morder.

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