19.7.10

Sobre “The Prestige” y una de sus dualidades.

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Me salgo de mi vaina por discursar sobre las cuestiones metafísicas que la película “El gran truco” deja de lado para contarnos otras, las que, mas que nada, interesan a sus creadores contar.  No descarto que un día lo haga.

¿Usted la vio, lector atento? Todas sus intrigas se generan y se  resuelven a través de la dualidad. Dos que compiten por la gloria dentro del negocio de la magia. Dos que pagan cualquier precio. Un artificio cuyas leyes secretas son la semejanza entre dos individuos. Uno que aprovecha una ventaja dada por la naturaleza contra el otro que pone de su lado un invento del hombre. Otra vez dos soluciones opuesta según el ángulo particular de mis anteojos.

Auspiciar el destape de un prodigio es, la mayoría de las veces, convertirlo en una verdad banal. Casi, me conminan a decirlo, un pecado cuyo castigo no existe aun y debería ser la suma de todos los pesos impuesto a un pecador. Aunque no estoy tan seguro. En fin.

Claros en esto, me voy a permitir extenderme sobre la más humilde de las dualidades del film. Cuando un mago se para en un escenario enfrenta a dos grandes grupo de espectadores. Digo magos modelo galera y moño, no modelo Harry Potter.

Ya en la boletería uno debería exigir su entrada de acuerdo a cual va a ser su actitud frente el truco de magia. O vas a aceptarlo sin discutir, o vas tratar de destripar el acto para enterarte de sus secretos. Lo mismo que los psicólogos que deben decidir si van a recurrir a la niñez para poner un marcador en el momento donde la psiquis se fue a la mierda; o si van a trabajar afanosamente para que uno se acepte tal cual es, dándose besos en el espejo.

Bueno ¡está bien!, son muchos los que hacen esa elección de excusas sin recurrir a un profesional, así de amateur nomás que somos los pobres. Sin embargo la cuestión no es menor. A todos (quien más quien menos) se les presentan momentos de ocios en los que, por un corte le luz no se puede recurrir a los chupetes electrónicos. Cuando no es un estúpido, es uno mismo que oficia de tal, que viene y pone sobre la mesa preguntas del calibre “¿Como lleguás a esto?” o cualquiera de sus variantes.

Si el mago es habilidoso y desarrolla bien su figura tanto los deslumbrados y los descreídos sufren en un fuero intimo. Les duele aceptar que han sido timado. Nunca es un momento lindo. Los que fuman se prenden un puchito y se lo fuman admirando el incandescente consumo del tabaco, como con una escusa para mantener la cabeza erguida. Los otros caminamos o miramos el techo o sorbemos mates en silencio. No excluyamos a los que hablan solos. No sé, algo.

No hay respuestas que sean correctas, pero te dejan en una de las orillas del río. Mirar al pasado o al futuro. De donde vengo o a donde voy. El río es el presente que  a veces viene calmo y a veces viene movido. Es sobre lo que hay que navegar.

Si hubiera unos pesos en el asunto, me haría mago. Con mucho placer me subiría a esas tablas y me echaría flores recitando este lugar común:

-He descubierto que la magia es como la vida… bla bla bla…

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