10.12.08

pato beiguin


Cada sitio tiene sus leyes. Las más extrañas se dan allá donde las impone el hombre. Un ejemplo: la granja “Los manjares”
Cualquier pato Pekín nacido allá vivirá solamente 57 días. La uniformidad y la exactitud de las sentencia no ha despertado hasta ahora ninguna queja entre los patos (sorprenderían mucho a los criadores si fuera así). Para esta ley todos ellos son iguales, los patos digo, no los criadores. Ellos creen que ambas especies ocupan su lugar en la cadena de la vida. Adiestrados así por Disney ejercen en el lugar una potestad indigna. Se mienten los unos a los otros acerca de tener decisión sobre la vida y la muerte. La mentira les viene del empirismo errado de ver que pueden convertir una criatura en un producto solo con despojarlo de las vísceras y las plumas.
Pero la verdad es que estos tipos tiemblan, sin ser capaces de admitirlo, pensando que pueda ser que Dios le mande una plaga entre las aves, una insignificante gripe aviar. Abren las fosas nasales para adivinar si el granizo traerá la temida pérdida. Revisan cuidadosamente cualquier probabilidad de incendio. En pocas palabras intuyen cuan precario es su poder. Cualquier cosa que, fuera de ellos, repartiera la muerte a diestra y siniestra entre los corrales los llena de pánico. Todos saben que esas cosas pasan. Algunos hasta las han sufridos. No los atemoriza el pecado contra la vida de la criatura ya que no les preocupa que mueran; se preocupa por la escasez del stock, por no poder cumplir compromisos.
Convengamos que no todos son iguales aunque se esfuercen por parecerse. En los días de abril conocí uno que me habló entre mates de leche cuentos de viejo chocho. Para él no estaba mal preocuparse de cosas que no se pueden controlar pero que no servía de nada. “¿Cómo puedo saber que día lloverán piedras?” El futuro siempre es un enigma me dictaba mi mate. Sorbito tras sorbito lo escuchaba sin alterar la frecuencia. Se despachaba con rencor de viejo contra los más jóvenes con sus ge pe eses, sus camionetas y sus otros chiches. Pero no era eso lo que quería contarme.
La rebelión de los pollos. Así la llamó. Trató de explicarme que los bichitos aceptan así, tan mansos, su destino de alimento porque hasta ahora ninguno se ha enamorado. El primero entre los patos en elegir a una pata cualquiera, porque la ama, querrá vivir para estar con ella. Sufrirá con la idea de que sería servida en una mesa con anís y caramelo. Un fin tan mesquino como la alimentación de las bestias llamadas hombres resultará indigno de cualquier pato capaz del sentimiento. Y sobre todo se lo contará a los demás patitos. Será el Adán de Los Mangares que elegirá una Eva para discutir con Dios. Seguramente morirá pero el camino estará allá donde el caminó. Algunos lo seguirán hasta que sean los suficientes como para formar ejércitos. Y el hombre, como los dioses del olimpo, se tendrá que conformar con eso de que otros además de él son criaturas amantes. Aceptar a una especie más en el panteón de los que pueden amar.
El mate me dijo que el viejo estaba loco. Que seguramente tantos soles lo insolaron mal. Pero me despertó una ternura tonta. Una causa de amor, gritaba el sorbito de leche. Muy loco; lo que quieras ¡pero la razón de un amante! Si algo merece salvar a una especie es esa. Desde abril que espero una rebelión de esas. Sorbito a sorbito. Espero verlo.

1 comentario:

la maga dijo...

y se dice q mi cerebro funciona retorsido