26.1.08

santidad

"Pensé en la discusión con Ubertino. Sin duda, Guillermo había argumentado bien, había intentado decirle que no era mucha la diferencia entre su fe mística (y ortodoxa) y la fe perversa de los herejes. Ubertino se había indignado, como si para él la diferencia estuviese clarísima. Y yo me había quedado con la impresión de que Ubertino era diferente precisamente porque era el que sabía percibir la diferencia. Guillermo se había sustraído a los deberes de la inquisición porque ya no era capaz de percibirla. Por eso no podía hablarme de ese misterioso fray Dulcino. Pero entonces (me decía) era evidente que Guillermo había perdido la ayuda del Señor, que no solo enseña a percibir la diferencia, sino que también, por decirlo así, señala a sus elegidos otorgándoles tal capacidad de discriminación. Ubertino y Chiara da Montelfaco (a pesar de estar rodeado de pecadores) habían conservado la santidad justamente porque eran capaces de discriminar. Esa y no otra cosas era la santidad."

El nombre de la rosa de Umberto Eco.

Durante muchos años, lector atento, fui parte de un movimiento de iglesia. Palestra. Muchas veces leyeron esta palabra en mi blog. Considero en algunas ocasiones que sigo siendo un palestrista. Fui muy feliz siéndolo durante mi juventud rosarina. Recuerdos de alegrías varias mientras realizábamos lo que sentíamos como una obligación del espíritu.

Pero, antes todo, era un tiempo donde tenía cierta mis lealtades y mi posición en la vida. Me sentía fiel a mi mismo sin lastimar a nadie. Podía andar, como Ubertino, mezclándome entre pecadores sabiéndome limpio porque podía descubrir la diferencia. Acometía, lo sé ahora, en un pecado de soberbia; como todos los jóvenes. La cosa es que hasta de eso me cuidaba mucho.

Ya no soy joven, lector atento, tampoco un anciano pero las vueltas de la vida me ponen hoy solidario con Guillermo. Perdí esa asistencia del Altísimo de la que habla el personaje de Eco. Pero no quiero librarme de mis responsabilidades. La vida me puso en esas encrucijadas donde yo (nadie más que yo) elegí ser fiel a mí mismo pero a precio de lastimar.

Pero lastimar, por lo general, destroza el alma. Y desde ahí perdí todas las certezas. Ejercito mi humildad con solo abrir los ojos, miro a mí alrededor con desidia y sin interés. Me siento solo cuando estoy rodeado de miserables como yo que se saben victimarios de prójimos.

Vivir te pone a prueba, te muestra la triste verdad que no podes andar sin hacer llorar esos ojos que se quisieran besar. Si te relacionás con las personas podes lastimarlas. Ley de las relaciones.

Resulta que extraño esas certezas aunque hoy me resultan sospechosas. Las líneas son de humo. Y los vientos no paran. Cuanto más mayor me veo, menos sabio me siento.

Sé lo que es la santidad pero la siento lejos. Admiro más a los santos hoy que cuando rezaba más.

Una pena.

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