15.9.07

gaetana...

Para la Gaetanina yo siempre fui Salvatore. Así de italiana era. Después de todo ¿Por qué negárselo? Cruzó medio planeta en sentido norte sur a sabiendas que iba a contracorriente al deseo general. Paseó su hábito de monja, primero por las favelas de Brasil y luego por el caos rural de mi Rosario de la Frontera. Enfrentó a sus hermanas de fe y aprendió a manejar para dar un uso caritativo a la camioneta de la congregación. ¿Quién era yo para cuestionarle el italianismo en mi nombre?
Mientras estuvo en el pueblo fuimos el nicho para que desarrollara su ministerio con, en, a la par de nosotros. Los palestras, digo. Puertas adentro llegó a ser un rompedero de cabezas pero a la vista general siempre se la vio alineada a nosotros. Le debo muchas charlas a la monja y llegado a esta edad me encantaría pagárselas. Aclaro, mi lector atento. No la defiendo, era testaruda en su fe y creía que había que imponerla. No entendía otra ley que no fuera el rigor y lo predicaba. Muchas veces me tuvo entre los que cuestionaba su doctrina pero ella no dejó por eso de rezar por mi, sin rencores. Y a la hora de la alegría era como una niña.
Por aquellos años que ella vivió en el pueblo yo era joven, trabajaba para darme mis gustos pero tenía que elegir cuales darme, porque mis recursos eran limitados, al contrario de mis gustos, lector atento. Además estaba en un pueblo que, al menos en esa época, no estaba bien abastecido de todas las cosas que a mí me hubiese gustado tener. Podría nombrar muchas pero con una sola bastará. Lentes de sol. Brillantes pero no espejados, muy negros ¡vamos! los de la película cobra.
Los había conseguido por encargo y me encantaban. Me los puse esa tarde para ir a misa a pesar de que empezaba a las siete de la tarde y me los iba a tener que sacar. En fin. Estaba contento. Caminaba erguido, giraba entero en vez de girar solo la cabeza. Me lo había propuesto porque no quería ser pretenciosos o como esos desesperados por mostrar lo que se compran. Ya en la plaza, antes de cruzar la calle para llegar a la parroquia, los limpié del polvo de mi barrio. Me los puse. Me preparé para las inevitables cargadas que me esperaban, de los eran mis amigos así que, nada, me acerqué. Pero el grito vino de un lado que no esperaba y sonó más o menos así:
-¡E! ¡Salvatore! Vente qua. ¿Qué tienes? ¡Tú pareces un mafioso!
Se había parado sobre el segundo escalón del atrio. Tomó mi cara entre sus manos y la examinaba con media sonrisa.
-Si. Te pareces a un mafioso.
Por supuesto que fue la chispa que encendió la mecha de la carcajada de mis camaradas pero eso es otro tema.
No puedo decir que me sentí dolido por la situación. Pero guardo la memoria de que la voz de monja no entrañaba en lo más mínimo un reproche. Mucho menos un temor.
Claro que por entonces yo estaba ayuno de Mario Puzo y del universo mafioso que describe en sus libros. Pero ella era italiana, convivió de pequeña con una mafia muy distinta a la que alimenta nuestros prejuicios. Quiero decir: me estaba haciendo un mimo al alma. Uno que hoy, quince años tarde, logro entender y agradecer. Si desconoce la relación cercana que tenía la mafia italiana con la iglesia por favor edúquese, lector atento.
Todo esto me vino mientras buscaba unos lentes que tengo que usar porque además de corto de vista, tengo delicada la mirada. Empecé a pedir lentes que pusieran orgullosa a Sor Gaetanina.
Lastima que ya no se fabriquen verdaderos lentes de mafioso.
PD: Gaetano es nuestro Cayetano.

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